Imaginemos una ciudad donde las personas, la infraestructura y los sistemas que proveen calidad de vida y cubren los servicios básicos, así como los elementos ambientales del paisaje, corredores hídricos, espacios verdes y componente arbóreo, pudiesen llevar una existencia en armonía, con un mínimo de conflictos, de esos que se nos volvieron tan cotidianos y que terminan amenazando la existencia del uno a otro. Imaginemos una ciudad planeada, donde todos los sistemas funcionaran a la perfección, como un engranaje de reloj, propendiendo por entregar a sus habitantes calidad de vida, imaginemos una ciudad donde la comprensión de la existencia del otro y sus necesidades, llámese persona animal o planta, no sea un requisito para la convivencia sino un sentimiento que derive en la armonía de compartir un espacio, con calidad y felicidad. Imaginemos calles enteras arboladas con nativas y también exóticas, digas de ornamentar nuestra ciudad, de floración en todas las gamas de arcoíris, con formas y tamaños diversos, especies de larga vida, resistentes a los ritmos de la ciudad, a sus prisas, a su atmósfera, a sus suelos. Imaginemos una ciudad creciente, progresista, con vías espaciosas y suficientes, pero con separadores cubiertos de plantas, con árboles, arbustos absorbiendo las emisiones contaminantes, el ruido, la temperatura, árboles que permitan el equilibrio, que nos permitan seguir creciendo de forma sostenible y con una cara amable. Imaginemos una ciudad cuya innovación sea la comunión entre lo natural y lo artificial, estructuras permeadas de sentido ecológico pero a la vez tecnificadas y proyectadas para brindar soluciones a los problemas modernos de espacio, movilidad y pertenencia (Sáenz 2015).
AHORA NO IMAGINEMOS MÁS, EMPECEMOS A CONSTRUIRLA.